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lunes, 14 de marzo de 2011

Yo misma.

He cambiado, ya nos soy como lo era antes. Y no es porque haya encontrado la madurez, la felicidad…en realidad no sé por qué no soy como lo era antes, no sabría decir que es lo que ha cambiado, pero una pequeña parte de mí, una pequeña pero vital parte, ha muerto, y con su muerte se ha llevado todo lo demás. Ya no soy lo que era antes, esa chica alegre y jovial, ya no río por todo, hay veces que caigo en un bucle de tristeza demoníaca que me envuelve.
Ahora simplemente me quedo en esta habitación oscura, negra, y silenciosa, mortalmente silenciosa. No salgo, no voy a ningún lado, no quedo con mis amigos, no, eso ya no lo hago. Simplemente lloro, grito y maldigo al mundo por ser tan cruel, la vida no tiene ese derecho a hacerte sentir el rey del universo, hacerte creer que podrás ser feliz e importante, y de repente hacerte caer, golpearte con el suelo, y hacerte sangrar la nariz. No, definitivamente no puede, yo no firmé ningún papel donde diera a la vida ese derecho. Ya no hago nada, salvo llorar y tirarme los días en una mortífera depresión, algo en mí se ha ido. Esa inocencia, esa creencia que me decía que todo esto era felicidad, que todo esto era precioso, todo eso se ha ido, ha salido corriendo y no parará hasta llegar a Groenlandia.
Porque una pequeña parte de mí sea muerto.
No sé, quizás las cosas mejoren con el tiempo, y otra parte de mi ser la reemplace, ocupe el vacio que ahora hay en mí. Pero mientras tanto, seguiré en esta habitación velando la muerte de una pequeña parte de mí. A esa habitación le he dado un nombre, yo misma


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