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martes, 21 de febrero de 2012

Porque llega el punto en el que duele.

Ahí está. Enfrente de ti. Justo a dos centímetros de distancia. Su respiración se mezcla con la tuya, y en cada inspiración recoges su olor, que pasa directamente hasta tus pulmones. Es como ponzoña para ti, pero a la vez te gusta, y vuelves a inspirar para tener un poco más. Es un olor dulce e hipnótico que te engancha a tomar un poco más de él, pero eso a ti no te importa, sólo quieres tenerlo, de la forma que sea. Y levantas la mirada, clavas tus ojos directamente en los suyos. No te puedes creer que sea real. Dios no puede hacer cosas tan perfectas con un trozo de barro. Es un espejismo, sin duda.
Te besa, y tu te derrites, es lo máximo que tu cerebro consigue coordinar. Te sientes estúpida, como si volvieses a tener cinco años. Y tú te autoconvences de que eso no puede ser bueno, que acabarás sufriendo. Pero eres tonta y haces caso omiso a tu lado racional, vas de independiente. Y empiezas a bombear más sangre, y a respirar dosis más pequeñas de aire pero con mayor frecuencia. Y vuelves a sentir esa ponzoña que es su olor por tu garganta, rasgando todo tu esófago hasta llegar a tus pulmones y destruirlos.
¿Por qué me eligió a mí?
Y al pronunciar mentalmente esta frase lo abrazas con mayor fuerza, para que no pueda huir, y rezas porque no se de cuenta de que no lo mereces. Tus brazos ahora son dos vigas de acero rodeando su cuerpo. Como un puzzle, encajáis a la perfección.
Y es que por primera vez en tu vida te ves guapa, te ves hermosa. El amor, definitivamente, hacía milagros.

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