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lunes, 24 de enero de 2011

Debo aprender a ser fuerte.

Y cuando lo vi estuve a punto de llorar, pero tenía que ser fuerte, por lo menos esa vez.
Cuando volví a ver sus ojos marrones con esas brechas verdosas, esa risa pícara y traviesa, esas manos que harían enmudecer al más parlanchín, ese porte elegante y esbelto que tiene de famoso.
En ese momento me saludo y el aire se filtró entre sus dientes, su lengua, su boca....esa misma boca que un año antes de que se fuera para siempre, o eso decía, se unía con la mía, en una sola, como cuerpo y alma. Me derrumbé y empezé a llorar. Como una niña que se cae y no están sus padres para ayudarle a levantarse. No era tan fuerte con pensaba.
Y todo por culpa suya. Porque me dijo que me quería y que aunque se tenía que ir me seguiría queriendo, y tonta de mí lo creí y lo seguí amando como la primera vez. Pero el verlo cogido de la mano con otra que no fuese mi mano me desmoronó, se llevó toda la fuerza que tenía y me dejó las ganas de llorar y correr, correr como Forrest Gump, y no parar hasta estar lo suficientemente lejos de la civilización. Llorar y correr eso era lo que debía hacer, pero cuando quise hacerlo no pude, me fallaron las piernas y me caí.
Sólo me quedaban las ganas de gritar y llorar. Sólo eso y nada más. Y todo por culpa de ese chico, ese estúpido y hermoso chico que me hacía volverme loca, me elevaba hacia las nubes y me ayudaba a levantarme.
Ahora todo eso era reemplazado por esas ganas de llorar y gritar.

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